Nos levantamos a las 4:30h para ir al aeropuerto. Toca la combinación más complicada porque Panjin no tiene aeropuerto y pretendemos llegar hasta allí y ver la playa roja ese mismo día, ya que solo tenemos prevista una noche. La playa se llama así porque la cubre una planta que al morir en septiembre se vuelve roja. Estamos en la última semana de agosto, o sea que espero que valga la pena la visita.
Mi compañero de viaje en el avión, una rara excepción china que habla inglés, se extraña mucho de que cojamos un avión a Jinzhou y aun se extraña más cuando le explico que pretendemos coger un transporte desde allí hasta Panjin. Parece que la cosa hubiese sido más sencilla llegando al aeropuerto de Dalian y enlazando con un tren desde allí. Cuando llegamos al aeropuerto entiendo las dudas de mi compañero de viaje: es un miniaeropuerto compartido con aviones militares, solamente hay una cinta para maletas y el único transporte disponible son taxis.
Negociamos con uno de ellos el transporte a Panjin y llegamos a nuestro hotel gracias al GPS de mi móvil. En el hotel hay 4 personas en recepción que no hablan ni una palabra de inglés, ni siquiera saben hacer gestos... de manera que cada vez que nos intentan explicar algo acaban frustrados llamando a una persona por teléfono que me explica en inglés muy básico lo que me están diciendo: que mi número de habitación es tal, que necesitan una tarjeta de crédito... en fin, preguntarles cómo llegar a la playa roja parece una película de los hermanos Marx. Al final nos envían a la habitación a un chaval que chapurrea el inglés y consigo un par de papeles escritos en chino con los nombres de la playa roja (Hong Haitan) y del hotel para poder volver. Me apunta hasta el teléfono del gerente del hotel por si tenemos algún problema.
Llegamos en taxi hasta el enorme complejo turístico creado alrededor de la playa roja y vemos, aliviados, que hay taxis esperando para llevar a la gente de vuelta. Es el primero de estos sitios que visitamos que no está a tope de chinos. Nos pasean en barco por las marismas y nos llevan en un coche eléctrico hasta la playa. Después de tantas dificultades para llegar, casi lloro de emoción al ver que sí que está roja.
De vuelta descubrimos que los taxis ya no están y su lugar lo ocupan unos cuantos Mitshubatmans. Empezamos a caminar por la carretera y un par de ellos se pelean por llevarnos. El caso es que el taxi que nos lleva se desvía del camino y nos suelta en Dawa, negocia con otro taxista allí, se intercambian dinero y nos colocan como dos paquetes en el nuevo taxi. Nuestro nuevo conductor se empeña en explicarnos una película en chino, despacito para que lo entendamos y ante la expectación de tropecientos taxistas chinos que nos ven cara de poco convencidos y a punto de cambiar de taxi. Ante nuestra cara de interrogante, yo ya no sé si pide más dinero o un mechero, y le doy mi libreta para que escriba un nuevo precio. El señor escribe con esmero y me devuelve la libreta con dos carácteres en chino!!!! La madre que los trajo... Con mi cara debo pagar porque acabamos todos muertos de risa. Tengo claro que del taxi no me muevo hasta que me lleve a mi destino, como había negociado con el primer taxista. Al cabo de unos minutos aparece una chica que se sube en nuestro taxi y la cosa se mueve. O sea que esperábamos a alguien! Haberlo dicho, hombre!
En Panjin de nuevo, pizza, hotel y dormir.
Esta fue sin duda la etapa más complicada del viaje. Puede que la combinación hasta Dalian y el tren fuera más sencilla, pero nuestra manera, Jinzhou y taxi, solamente nos costó unas 3 horas desde Shanghai (2 horas el vuelo y 1 hora el taxi). Esta zona no es nada turística y aunque eso es un lujo en China tiene su precio, ya que nadie habla inglés. Aunque pasamos muchos nervios con las limitaciones de comunicación fue divertido el incidente con los taxis y la cara de un grupo de chinos que me pidió que les hiciese una foto en el barco y enmudecieron al oírme contar 1,2 y 3 en chino. Si valió la pena? Mirad las fotos, y juzgad vosotros mismos.
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