Salimos de casa a las 5:30h de la mañana, cuando llegamos a Beijing son las 12 de la noche, pero las 6 de la mañana allí, para que os hagáis una idea del cansancio. Solamente hemos conseguido dormir una hora en el avión.
El avión de Austrian nos decepciona por las dificultades para hacer el check-in y porque el aparato es bastante viejo. En cambio la comida es muy aceptable.
El aeropuerto de Beijing es tan inmenso que hay que coger un tren para ir a buscar el equipaje. Después de la cola para la revisión de los pasaportes, cogemos el tren Express al centro y hacemos un intento de coger un taxi desde Dongzhimen hasta nuestro hostel. Y se queda en el intento, porque nos pretenden cobrar 280 yuanes por un trayecto que no vale más de 20 yuanes según las referencias del hostel. Nos decidimos por coger el metro y caminar una media hora hasta encontrar el hotel.
Estamos alojados en un Hutong muy auténtico y tenemos la suerte de que nos dan la habitación en cuanto llegamos, son las 9 de la mañana. Decidimos dormir unas 4 horas y empezar a recorrer la ciudad. La siesta sabe a poco, pero hay que coger el ritmo, o sea que nos levantamos y vamos a visitar el templo del Cielo. Por 1 yuan vamos enlatados en un bus hasta el templo que en realidad es un gran parque lleno de templos y zonas diferentes que visitamos con una audioguía-mapa muy original.
El parque está muy animado: hay jugadores de cartas, cantantes de ópera ensayando, niños que mueven cintas de colores... Nos paseamos un rato encantados hasta que nos puede el cansancio.
Dormimos a trompicones y después de desayunar descubrimos, preocupados, que no nos han traido los billetes del tren. Le pedimos a la recepcionista del Hostel que nos llame a la agencia, suerte que ella habla un chino fluido! Nos los traerán todos esa misma tarde.
Bajo un calor húmedo nos vamos enlatados de nuevo en un bus a la plaza Tiananmen y recorremos la enorme Ciudad Prohibida. Esperábamos encontrar mucho más turismo occidental pero la mayoría de los turistas son chinos y además hay un montón!
Volvemos al hotel a descansar un rato y a olvidarnos del calor por unas horas, y al atardecer recorremos el parque Jingshan, que es una atalaya perfecta sobre la ciudad Prohibida, además de un museo al aire libre de dinosaurios y pagodas escondidas por la colina.
Al salir del parque vemos a un par de hombres que escriben caligrafía en el suelo con agua y, por lo que nos explica un señor en un chino perfecto, juegan a escribir los carácteres y su reflejo.
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